Luis Izzi: La nueva.
"Cuando nació mi hermana Eugenia yo tenía 5 años. Nadie tuvo el detalle de preguntarme si yo quería una hermana, ni de conocer mi opinión respecto a tal acontecimiento. No. Simplemente todos daban por sentado que yo estaba más feliz que unas castañuelas de tener que compartir el reino de mi casa con eso a la que todos llamaban "tu hermanita" y que yo me imaginaba como a Gizmo, blandito, rosado, peludito, siempre con hambre, y que por alguna extraña y misteriosa causa, cuando estuviéramos solos, se convertiría en un mostruo destructivo que se cargaría mi colección de cochecitos y que me metería el dedo en los ojos y vomitaría sobre mi sandwich de jamón. Y así fue. Eugenia llegó a casa envuelta en una manta rosa y yo estaba convencido de que todos los adultos habían sufrido simultáneamente una extraña enfermedad porque se volvieron gilipollas. En vez de hablar hacían ruidos como Agoooo, Ohhhh, cuchi, cuchi, cuchi...Seguro que era un virus. Además, subí de categoría prácticamente de inmediato. A penas "ella" pasó por la puerta. Por arte de magia dejé de ser un pequeñajo y me convertí de golpe en el "hermano mayor", cosa que al principio me hizo gracia pero después vi que no tenía más que desventajas.
- Y por qué ya nadie le pone mermelada a mis tostadas y tengo que meter el dedo en el bote pringoso??
- Y por qué no vienen corriendo cuando lloro y tengo mocos por toda la cara??
Y lo peor era que ya nadie jugaba conmigo hasta que ese renacuajo no se quedaba dormida, despatarrada como un cerdito rosado, patas arriba después de zamparse esa botella de leche asquerosa (...un día probé un poquito a escondidas...puajjj!) y bastaba que yo me pusiese a jugar para que ella empezara a llorar y yo no dejaba de sorprenderme de cómo ese bicho pequeño podía llorar tanto...y además, sin lágrimas...cómo se hace eso? Por supuesto, yo siempre avisaba: -Mamá...papá..la nueva está llorandoooo.
Para entonces ya estaba totalmente convencido de que eso de tener una hermanita no había sido una buena idea. Y para cuando el salón de mi casa, el pasillo, el baño y casi todo el resto de la casa que yo utilizaba como pista de aterrizaje, campo de batalla y circuito de rally empezaron a estar llenos de peluchitos rosas, lacitos, muñequitas y demás mariconadas, yo ya estaba abriendo el armario en busca de la maleta de irse de viaje para meter allí mis cochecitos e irme a vivir a la casa de Tía Pepi.
Tía Pepi tenía un gato gordo con ojos de asesino en serie, pero al menos no vomitaba ni estaba todo el día haciendo cacas. Con la maleta hecha y el triciclo a un lado me planté frente a la puerta y anuncié mi partida.
- Pero Luisito ... si nosotros os queremos a los dos por igual...además, ya verás como en muy poco tiempo podrás jugar con ella y será muy divertido...iremos al parque y os podréis columpiar juntos y en la playa haréis castillos de arena...y...
De momento los argumentos no me convencían. Eso de "en muy poco tiempo" me sonaba más lejano que la nave de Star Wars y mi madre más perdida que Chewbacca en una peluquería. Pero volví. Entre otras cosas porque hacía un frío que pelaba y porque el olor a patatas fritas que salía de la cocina ejercía un irresistible poder sobre mí. Decidí darle otra oportunidad al renacuajo, tomando distancias eso sí cuando hacía esos eructos que parecían provenir del centro de la tierra porque ya había aprendido que venían acompañados de una erupción de vómitos de leche asquerosa. Con el tiempo aprendí también que podíamos compartir a los padres, a los abuelos y a la Tía Pepi y ella aprendió que al territorio de mis cochecitos no ingresaría never/ nunca/ jamás...so pena de quedarse sin los cuatro pelos locos que tenía en su cabezota.
Hoy, exactamente once años y muchas bataliitas después, ya tenemos los territorios más que definidos y cada día van desapareciendo más y más trocitos de frontera. Estoy empezando a creerme lo que siempre dicen mis padres y la Tía Pepi. Por todos los años compartidos, por los cochecitos que me rompió, por las muñecas que le descuarticé, tendremos siempre una historia común que es como un lazo invisible. Hoy, en el día de su cumpleaños, aunque no la vea, seguramente ella está pensando lo mismo."
"Cuando nació mi hermana Eugenia yo tenía 5 años. Nadie tuvo el detalle de preguntarme si yo quería una hermana, ni de conocer mi opinión respecto a tal acontecimiento. No. Simplemente todos daban por sentado que yo estaba más feliz que unas castañuelas de tener que compartir el reino de mi casa con eso a la que todos llamaban "tu hermanita" y que yo me imaginaba como a Gizmo, blandito, rosado, peludito, siempre con hambre, y que por alguna extraña y misteriosa causa, cuando estuviéramos solos, se convertiría en un mostruo destructivo que se cargaría mi colección de cochecitos y que me metería el dedo en los ojos y vomitaría sobre mi sandwich de jamón. Y así fue. Eugenia llegó a casa envuelta en una manta rosa y yo estaba convencido de que todos los adultos habían sufrido simultáneamente una extraña enfermedad porque se volvieron gilipollas. En vez de hablar hacían ruidos como Agoooo, Ohhhh, cuchi, cuchi, cuchi...Seguro que era un virus. Además, subí de categoría prácticamente de inmediato. A penas "ella" pasó por la puerta. Por arte de magia dejé de ser un pequeñajo y me convertí de golpe en el "hermano mayor", cosa que al principio me hizo gracia pero después vi que no tenía más que desventajas.
- Y por qué ya nadie le pone mermelada a mis tostadas y tengo que meter el dedo en el bote pringoso??
- Y por qué no vienen corriendo cuando lloro y tengo mocos por toda la cara??
Y lo peor era que ya nadie jugaba conmigo hasta que ese renacuajo no se quedaba dormida, despatarrada como un cerdito rosado, patas arriba después de zamparse esa botella de leche asquerosa (...un día probé un poquito a escondidas...puajjj!) y bastaba que yo me pusiese a jugar para que ella empezara a llorar y yo no dejaba de sorprenderme de cómo ese bicho pequeño podía llorar tanto...y además, sin lágrimas...cómo se hace eso? Por supuesto, yo siempre avisaba: -Mamá...papá..la nueva está llorandoooo.
Para entonces ya estaba totalmente convencido de que eso de tener una hermanita no había sido una buena idea. Y para cuando el salón de mi casa, el pasillo, el baño y casi todo el resto de la casa que yo utilizaba como pista de aterrizaje, campo de batalla y circuito de rally empezaron a estar llenos de peluchitos rosas, lacitos, muñequitas y demás mariconadas, yo ya estaba abriendo el armario en busca de la maleta de irse de viaje para meter allí mis cochecitos e irme a vivir a la casa de Tía Pepi.
Tía Pepi tenía un gato gordo con ojos de asesino en serie, pero al menos no vomitaba ni estaba todo el día haciendo cacas. Con la maleta hecha y el triciclo a un lado me planté frente a la puerta y anuncié mi partida.
- Pero Luisito ... si nosotros os queremos a los dos por igual...además, ya verás como en muy poco tiempo podrás jugar con ella y será muy divertido...iremos al parque y os podréis columpiar juntos y en la playa haréis castillos de arena...y...
De momento los argumentos no me convencían. Eso de "en muy poco tiempo" me sonaba más lejano que la nave de Star Wars y mi madre más perdida que Chewbacca en una peluquería. Pero volví. Entre otras cosas porque hacía un frío que pelaba y porque el olor a patatas fritas que salía de la cocina ejercía un irresistible poder sobre mí. Decidí darle otra oportunidad al renacuajo, tomando distancias eso sí cuando hacía esos eructos que parecían provenir del centro de la tierra porque ya había aprendido que venían acompañados de una erupción de vómitos de leche asquerosa. Con el tiempo aprendí también que podíamos compartir a los padres, a los abuelos y a la Tía Pepi y ella aprendió que al territorio de mis cochecitos no ingresaría never/ nunca/ jamás...so pena de quedarse sin los cuatro pelos locos que tenía en su cabezota.
Hoy, exactamente once años y muchas bataliitas después, ya tenemos los territorios más que definidos y cada día van desapareciendo más y más trocitos de frontera. Estoy empezando a creerme lo que siempre dicen mis padres y la Tía Pepi. Por todos los años compartidos, por los cochecitos que me rompió, por las muñecas que le descuarticé, tendremos siempre una historia común que es como un lazo invisible. Hoy, en el día de su cumpleaños, aunque no la vea, seguramente ella está pensando lo mismo."
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