"Mi historia ocurrió una mañana cualquiera, entre las prisas por preparar a los niños para ir al cole y la rutina de partir hacia la oficina. Como cada día, le pregunté a mi hija si estaba lista para salir y me dispuse a peinarla y recogerle el pelo. Sara tenía entonces 5 años.
-Estoy lista papá -me dijo- pero no quiero coleta.
-¿Por qué? -pregunté yo. A Sara le encanta llevar el pelo recogido.
-Es que Marcelo me tira de la coleta y me hace daño.
-Entonces dile a ese Marcelo que no te tire de la coleta.
-Se lo digo, pero no me hace caso-me contestó.
Yo pensé que tal vez ese Marcelo era el típico niño abusón y me irritó que alguien quisiera burlarse de mi hija tirándole de la coleta.
-Entonces, si Marcelo no para y sigue molestándote dale un buen empujón. No tienes que permitir que nadie se burle de tí.
-No puedo empujarle, papá. Es que Marcelo no sabe.
-¿No sabe? ¿Qué es lo que no sabe?-pregunté.
-No sabe. Es un niño que no sabe.
Esa fue su forma de expresarse pero me bastó para entenderla. Me sentí ruborizado por haberle aconsejado que usara la fuerza contra Marcelo.
Por la tarde, en el colegio, me informé sobre Marcelo y efectivamente era un niño con un serio retraso en el aprendizaje.
Pensé en cómo mi hija había catalogado a Marcelo como "niño que no sabe" y en cómo ella consentía renunciar a su coleta antes que reprender a su amigo.
Al llegar a casa le dije a Sara lo orgulloso que me sentía de ella, aunque no creo que me comprendiera demasiado. Al fin y al cabo, ella no había hecho nada extraordinario. Aceptar a su amigo en lo bueno y en lo malo era para ella lo más normal."
Luis M.
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